Cuando Joel era pequeño, cometí el
error de enseñarle las letras antes de que estuviese preparado para aprenderlas. Preparado significa
antes de que le interesasen / antes de verles utilidad / antes de saber qué podía hacer con ellas.
Pero yo pensaba que si en los colegios las enseñan a los tres, y el niño a los seis pasa a Primaria sabiendo leer un poco, yo también lo podría hacer en casa. Máxime teniendo sólo a un niño de quien ocuparme, y no una media de veinticinco
(cuánta candidez de mi parte).
Me inventé cositas que pudieran ayudarle, como lo de dedicar una semana a cada letra, informarme del aprendizaje de la lectoescritura por el método constructivista y cosas así
(tuve la ilusión de que aprendiese a leer antes de los cinco años. ¡Qué gran logro para la educación en casa!).
Craso error
(caída en el pozo oscuro que aparece cuando te das cuenta de que todo el material que has preparado para que el niño aprenda le es indiferente. Pasa de ello totalmente).
El niño no se interesaba apenas por las letras. Con cuatro o cinco años realmente lo único que sabía escribir era su nombre con mayúsculas
(a esta altura me costaba un poco mantener la calma).
Llegaron los seis años más o menos igual. Visto lo visto, yo apenas era creativa con el aprendizaje, o sea que trabajábamos más con fichas y cosas así, ya preparadas
(porque si hay que hacerlo, se hace, pero hacerlo pa ná...).
Mi amiga Upe me habló de unos libritos de
La Galera para aprender las letras, dirigidos a niños de menos de cinco que a Joel le gustaron, porque se trabajaba con pasatiempos.
Empecé entonces a ver la luz de nuevo, porque Joel comenzó a aprender las letras con más facilidad, siempre en mayúsculas, eso sí.
Pasó un año de aprendizaje lento, no siempre bien recibido por el niño. A Joel, como a tantos niños de su edad, supongo,
le cuesta estar sentado mucho rato haciendo cosas para las que él no haya tomado la iniciativa. Doy por hecho desde hace tiempo que este es un comportamiento
normal, y que los que los que lo queremos imponer somos los que no hemos observado que estamos contrariando una normalidad biológica.
Pero si Joel quiere
una madre con salud mental, tendría que admitir un término medio. Y lo ha hecho, por cierto.
Un término medio en "nuestro" camino del aprendizaje de la lectoescritura es trabajar un poco cada día 'escolar', unos cinco o diez minutos, y hacerlo "porque sí", porque lo digo yo. Porque pienso que aprender a leer y escribir es importante para Joel, para su desarrollo personal y social, y no quiero dejarlo a su libre albedrío, o sea, que aprenda cuando quiera. Porque me podría encontrar con un adolescente que lea como un niño de cuatro años y no lo deseo
(ya estaría hace tiempo tomado un antidepresivo o engordando a base de grasas saturadas e hidratos de carbono de rápida absorción).
Yo creo en ese término medio.
Creo que Joel no va a sufrir ningún trauma por utilizar un libro de texto para aprender a escribir y leer; un libro de texto que le gusta, y que es lo único que se pone a hacer de forma espontánea casi siempre y sin protestar; dedicándole unos diez minutos cada día, y aprendiendo las letras también en minúscula, cuando son las mayúsculas las que usa habitualmente por comodidad.
Ahora,
ya a mitad de los siete años, seguimos recogiendo el fruto de este trabajo diario.
Joel lee ahora cualquier -cualquier, repito- cartel que encuentra, o pintada en la pared, o título de libro, o lo que sea que llame su atención.
Se irrita sobremanera con los rápidos subtítulos que aparecen en la tele y que no le da tiempo a leer, perdiéndose lo que dice alguien y no entendiendo el chiste.
El otro día, le sacó él un libro de la biblioteca a su hermana, y cuando llegó a casa se puso a leérselo por iniciativa propia. Esto me emocionó mucho (snif, snif).
La conclusión de todo esto es: paciencia, las cosas llegan cuando han de llegar, pero hay que preparar el camino previamente. Tener un objetivo más o menos claro -aprender a leer y escribir-, buscar la forma de conseguirlo -esperar a una edad razonable y buscar un método que al niño le vaya bien-, y trabajar un poco cada día, pueden ayudar a llegar a donde uno desea.
Toda esta historia no ha llegado a su fin. Joel tiene siete años y lee un poco. Por suerte, comprende lo que lee. Aún nos quedan muchos hitos en su camino como lector, pero una de las cosas que he aprendido, y que parece el tópico del que se habla habitualmente en esto de la educación en casa, pero que es cierto, es que
no hay que forzar el aprendizaje... demasiado.
Que hay que ofertar, hacer
strewing, insistir sólo un poquito, estirar la goma pero no llevarla al límite de la rotura, construir andamios, estimular al niño... Llamadlo como queráis, pero entra
dentro de nuestra labor de padres el ayudar al niño a descubrir lo amplio que es el mundo y a que encuentre su lugar en él, a veces haciendo cosas que al principio le puedan suponer un cierto esfuerzo y que puede ser que no le agraden demasiado. Si ve que el resultado le enriquece, la motivación por aprender quizás sea mayor y cueste menos para ambas partes
(nota optimista al final).