Tuve una epifanía el otro día. De repente mi mente pensó que igual que los niños necesitan que se les lean libros que por su nivel lector les quedan grandes, pero cuyo argumento seguirían perfectamente, pasa lo mismo con las manualidades.
Yo no soy persona de hacer manualidades, salvo que les vea una utilidad. Demasiado pragmatismo quizás, pero por utilidad también me refiero a que en ese momento la simple realización de algo con las manos sirva para un propósito como despejar la mente, por ejemplo, o hacer algo estéticamente hermoso que luego irá a parar a la basura.
J llevaba varios días intentando hacer un diorama con luz, pero la dificultad que encontraba ha hecho que pierda interés por él. Incluso aunque le propuse mi ayuda, ha decidido desistir. Entonces cambié el proyecto por otro que yo sabía que él tenía hace tiempo y del que sólo estaba esperando que le trajese palitos de madera: esta catapulta.
Entre los dos tardamos media hora en hacerla. Ayer se dedicaron él y su hermana a lanzar bolitas de papel. Hoy está abandonada, pero sé que él disfrutó haciéndola conmigo, porque sintió que las dificultades, aunque presentes, las superaríamos entre los dos. Buena lección aprendida.
3 comentarios:
Muy bien pensado... estoy de acuerdo contigo. Quiza no sea tampoco pragmatismo lo tuyo sino sentido comun, porque como dices el fin no es utilitarista... algo esteticamente bello, pasar un rato unidos y disfrutando, esto tambien para mi merita el hacer la manualidad, aunque acabe como dices en la basura.
Y de donde sacaste la idea? Parece muy Chula!!
Hola, Silvia segunda
La catapulta es de un libro de esos que mi pareja compra en los VIPS cuando se pasa por alguno. Se llama "Mira cómo lo hago", de Sarah Hines Stephens y Bethany Mann, publicado por Molino. Tiene cosas curiosas para hacer, del tipo escribir con tinta invisible, ser un profesional del manga o hacer tus propios pepinillos en adobo.
1beso.
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